Por Carolina Viveros.
Fue un día largo de trabajo, pero no distinto a toda la semana, salí con dirección a la Avenida del Estado por Garza Sada, en casa de mi mejor amiga me esperaba una buena película y por consecuencia la desvelada, ya que el reloj marcaban alrededor de las 00:20.
Fue un día largo de trabajo, pero no distinto a toda la semana, salí con dirección a la Avenida del Estado por Garza Sada, en casa de mi mejor amiga me esperaba una buena película y por consecuencia la desvelada, ya que el reloj marcaban alrededor de las 00:20.
Éramos seis personas en la sala y nuestra reacción fue tardía, victimas de nuestra inexperiencia nos asomamos por la ventana, en cambio los negocios no tardaron ni cinco minutos y cerraron las puertas. Desde aquel segundo piso se veía como todos los estudiantes y familias que viven en la zona apagaban sus luces, varios taxis llegaron al sitio de enfrente en menos de diez minutos y todos estábamos en espera de escuchar algo más, de ver señales de humo o saber siquiera el sitio del enfrentamiento.
Instantes en los que pensé en mi hermano, pues debió estar saliendo de trabajar, en esos minutos todos deseábamos estar en casa con nuestras familias, y entre el ensordecedor ruido se escuchaba a uno que otro pensando en voz alta, no sabíamos si asomarnos, cerrar el portón de la calle o simplemente dejar que el miedo nos invadiera en medio de la oscuridad.
Fueron pocos, pero eternos, los minutos que pasaron para que otra ráfaga de fuego se escuchara, parecían metralletas y tiros inconstantes, la segunda explosión nos hizo temblar y correr hacia el cuarto más lejano a la ventana, todos hacían conjeturas de lo que escuchábamos, nos sentíamos expuestos, Monterrey parecía convertirse en zona de guerra y la gente solo se veía correr de un lado a otro en las calles aledañas al Tecnológico de Monterrey.
Con el sentimiento a flor de piel y un miedo que se trasformaba en incertidumbre, el fuego aun no cesaba, la tercer explosión hizo retumbar los cristales y todos nos manteníamos en un pasillo sin ventanas totalmente a oscuras.
Twitter era nuestra único contacto con el exterior, todos nuestros amigos que residen por la zona estaban igual que nosotros, todos temíamos por nuestras vidas, pero más tememos que la vida en Monterrey cambie, que la gente salga con miedo a las calles, que tengamos que acostumbrarnos a vivir con esta serie de eventos que nos ponen bajo el yugo del crimen organizado.
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