José Manuel Leiva Rodríguez.
En Monterrey, la sociedad de consumo perfecta, todo se compra; todo se vende… incluso la conciencia. Tal es la premisa predominante tras la mutación generacional de valores imperante aquí a partir de que la industria nocturna superó a la diurna en la generación de riqueza y la facilidad o dificultad –con todos sus costos-- para acceder a ella. Ahora el materialismo sentó sus reales y el tener predomina como filosofía, en lugar del ser. Esto es: la Cultura del Esfuerzo es ya un recuerdo para los regiomontanos. Es historia, junto a otros valores como el ahorro, la lealtad, el trabajo, la disciplina y la constancia.
Así, vemos desde políticos que hacen de la lástima su modo y razón de ser y actuar, hasta que se muestran tal cual son y los votantes los repudian; ciegos que ven; sordomudos que hablan y oyen; hasta multimillonarios que hacen de la “cultura” su manera de evadir impuestos o lavar dinero mediante las asociaciones de beneficencia privada o las fundaciones. Ya hacer caridad con dinero ajeno es lo “in” y todo lo quieren sacar de la sociedad a la que bombardean con la “cultura del dar”, en franca connivencia con los medios masivos de comunicación. Ejemplos sobran y los santones hacen del altruismo otra abundante y generosa fuente de ingresos, prostituyendo el concepto de la caridad…
Y es, en estos términos, en que la Casta Divina se confunde en los hechos con el lumpen. Es así como las tentaciones arrastran lo mismo al potentado que al desposeído, haciéndolos pares en cuanto a los fines y objetivos y la manera en que acceden a la riqueza: el empresariado, otrora ejemplo nacional, ya en tercera generación, omite los valores del Abuelo y muestra su voracidad robando y devastando las contadas riquezas naturales en aras de más agua para seguir fabricando cerveza y edificar estadios para su consumo masivo.
En tanto, las casas de juego y los giros negros, diurnos y nocturnos, extienden sus tentáculos y, en torno a ellos, operan todos los vicios habidos y por haber. En las universidades se confunden los buenos con los malos y mueren estudiantes que hacían laboratorio a las dos de la madrugada; en fuego cruzado mueren inocentes (“los menos”, dijo FeCal. “Daños colaterales”, apuntó el Ejército.); Ratzinger llora frente a las víctimas de sacerdotes depravados y los medios, sobre todo la televisión, hacen de la muerte de una niña todo un circo de tres pistas en tanto los políticos hacen porquerizas los recintos de donde debían salir leyes justas…
Definitivamente: la Industria de la Lástima y la Sociedad de Consumo Perfecta llegaron para quedarse.
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